80 samurais frente a 23.000 soldados mongoles. La historia real detrás de Ghost of Tsushima
Sucker Punch parece haber agotado todas las balas que le quedaban de la saga ‘inFamous’ y, como ya hiciese en el pasado con ‘Sly Cooper’, cambia por completo de ambientación y tono para su nuevo videojuego, una aventura en mundo abierto en la que el combate y el sigilo prometen hacer las delicias de todo poseedor de una PS4.
‘Ghost of Tsushima’ nos trasladará hasta el año 1274 para asistir al nacimiento de un nuevo héroe, uno de los samuráis que combatieron contra los mongoles cuando a Kublai Khan se le metió entre ceja y ceja que el siguiente paso en su imperio pasaba por la conquista de Japón. Esta es la historia de lo ocurrido.
El imperio de Kublai Kan contra Japón
Kublai Kan, nieto de Gengis Kan y poseedor del título de Gran Kan, se encaprichó de la conquista de Japón poco después de convertirse en emperador de China. En busca de ese imperio interminable con el que ya había soñado su abuelo, envió varios emisarios a Japón para ofrecer dos vías de actuación: o se sometían al Gran Kan de forma pacífica, o lo haría tras una invasión.
La conquista de Kublai Kan llegó desde la actual Polonia hasta Iraq en occidente, y desde Rusia hasta Laos en Asia, así que no había que ser demasiado listo para saber que Kublai Kan no se iba a detener ahí. Además, las minas de oro niponas podían ser un gran añadido a su colección de riquezas. Uno que no iba a dejar pasar tan fácilmente.
No fue el último intento de tomar Japón por las buenas, y es que el ejército Mongol estaba poco acostumbrado a las travesías marítimas que les esperaban desde la península de Corea hasta las islas del Japón. Hasta entonces, sus guerras se habían librado a caballo y se habían ganado, en gran medida, gracias a las nubes de flechas que dominaba como ningún otro su ejército de arqueros.
Pero esta vez era distinto, tocaba cruzar las aguas y, además, habían puesto sobreaviso a los japoneses, que ya trabajaban en una defensa que puediese frenar el ataque. Seis años tardaron los mongoles en tener la flota necesaria y, en octubre de 1274, sus barcos llegaron a Tsushima.
La batalla de Tsushima
15.000 soldados mongoles y chinos se unieron a 8.000 soldados coreanos a bordo de 300 barcos y 500 embarcaciones. Un número más que notable para invadir una pequeña isla de poco más de 708 kilómetros cuadrados y una densidad de población que, a día de hoy, está por debajo de los 40.000. El 5 de octubre de 1274, el ejército mongol alcanzaba la playa de Komodahama en la isla de Tsushima. Para defenderla, una caballería liderada por el gobernador de la isla. ¿Número de efectivos? 80.
La batalla fue una auténtica carnicería en la que, muy probablemente, Sucker Punch se habría inspirado para la creación de su tráiler de presentación. En él, vemos a Kublai Kan preguntarle al Fantasma de Tsushima si acepta la rendición, pero parece que su supervivencia llevará la invasión de la isla por otros lados.
Sin embargo los mongoles no se conformaron con aquella pequeña isla, a esta le siguió la de Iki, donde los invasores acabaron también con una caballería de 100 hombres y, para noviembre, las torpas mongolas ya habían alcanzado la bahía de Hakata, donde las tropas japonesas se habían preparado para el ataque tras conocerse la caída de Tsushima.
50 años hacía que los japoneses no se enzarzaban en una guerra, así que quedaban pocos generales nipones acostumbrados a mover un gran ejército. Además, las batallas recientes de los nipones habían sido enfrentamientos internos, por lo que su adiestramiento era para batallas con una lucha noble y cara a cara que más allá del charco no compartían.
La primera guerra moderna
La Batalla de Bun’ei, como se conocería a aquella primera incursión, está considerada la primera de las guerras modernas por el armamento que usaron los mongoles. Arcos de gran alcance con flechas envenenadas, incendiadas e incluso explosivas, ballestas gigantes que funcionaban con pólvora y las primeras granadas de las que se tiene constancia en una contienda similar, pequeñas vasijas de cerámica rellenas de pólvora que se lanzaban con hondas y asustaban a los caballos nipones.
La suerte quiso que, al caer la noche durante aquella invasión en la que los soldados japoneses suplicaban por la llegada de unos más que necesarios refuerzos, un tifón obligase a una retirada de los mongoles. Creían que, de quedar anclados los barcos, nunca saldrían de allí, así que ordenaron una retirada hacia alta mar para evitar el desastre.
La decisión, y la tormenta, se llevó por delante 200 barcos mongoles y, aquellos que quedaron junto a la costa, fueron abordados por los samurais japoneses, que a bordo de pequeñas embarcaciones se acercaron durante la noche para tener ese encuentro cara a cara que tan bien dominaban y no habían podido degustar.
Lo que no habían tenido en cuenta es que, pese a que los arqueros y la caballería mongola no estaba preparada para ese tipo de combate, si lo estaban sus armaduras de cuero, lo que acabó derivando en una revisión de sus espadas que ayudarían a la proliferación de las actuales katanas, dejando atrás el uso de la espada tachi que se utilizaba en la época.
Sin embargo eso no impidió la retirada de las tropas mongolas, que esperarían siete años para volver a intentar la invasión. Debía de ser un ataque a gran escala, así que hicieron todo lo posible para crear suficientes barcos en un margen de tiempo que no diese alas a Japón para reforzarse.
La leyenda del Kamikaze
40.000 tropas chinas a bordo de 900 barcos salieron de Corea y se sumaron a otra fuerza de 100.000 soldados en 3.500 naves procedentes del sur de China. Tras un toma y daca que se alargó hasta el verano, con tropas mongolas volviendo a China para reaprovisionarse, los invasores se encontraron con una armada nipona a la que superaban ampliamente en número, pero que había hecho todo lo posible para dificultar el desembarco de los mongoles. Los japoneses, asustados por las tropas que se les venían encima, pidieron a Amateratsu, diosa del Sol, que les ayudase a detener a su enemigo.
El 15 de agosto de 1281, con los barcos mongoles intentando traspasar la fortificación costera, la suerte volvía a ponerse de parte de los nipones provocando la llegada de Kamikaze, viento divino, un tifón de grandes proporciones que, durante dos días, barrió los barcos mongoles dejando un reguero de muerte a su paso.
Un 80% de las tropas de Kublai Kan murieron ahogadas o bajo el afilado acero de los samurais tan pronto conseguían acercarse a la playa en busca de su supervivencia. Se cuenta que, tras la devastación del Kamikaze, una persona podía caminar por la costa pisando sólo cadáveres y restos del naufragio. La historia de Japón había dejado paso a la leyenda y Kublai Kan se negó a intentar invadir de nuevo un país que estaba protegido por los dioses.
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Fuente: Vidaextra
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