Monster Hunter World, o cómo una pizza quemada me enseñó a amar el nuevo juego de Capcom
Quedan unos días para que ‘Monster Hunter World’ llegue a las tiendas. Casi los mismos para que podamos hablar de él por aquí sin pelos en la lengua con nuestro análisis, pero antes de que eso ocurra no quería perder la oportunidad de sumar algunos adeptos más a mi particular tren del hype.
Más que un tren, debería llamarlo montaña rusa, y es que las subidas y bajadas que he sufrido este fin de semana con la occidentalización de lo nuevo de Capcom dan para escribir un microrrelato. Adentraos en la historia de cómo R.Márquez casi rompe un mando tras abandonar toda esperanza y una pizza quemada le ayudó a convertir el odio en amor absoluto por ‘Monster Hunter World’.
El plan perfecto para un fin de semana
Es viernes por la tarde, no hay críos en casa y mi pareja tiene una de esas cenas con amigas que empieza a las ocho de la tarde recorriendo tiendas. En otras palabras, estoy de Rodríguez, y tal y como venía planeando desde hace días, iba a aprovechar ese tiempo a solas para quemarme las retinas durante un margen de tiempo que probablemente ningún médico recomendaría.
‘Monster Hunter World’ no es el primer ‘Monster Hunter’ que cato, pero la lentitud japonesa de la saga, sumada a mi habitual falta de paciencia, siempre me había llevado por caminos en los que me enteraba sólo de lo justo. El resto de conceptos básicos me los explicaba algún colega con algo más de experiencia.
No es lo que iba a ocurrir con este. Lo probado hasta el momento prometía grandes alegrías y, con la llegada a más plataformas, la posibilidad de cazar en compañía de amigos era más grande que nunca, así que este me lo iba a tomar en serio. Eso pasaba por jugarlo con toda la calma del mundo, concentrarme en cada cosa que me dijesen los personajes y en cada línea de texto de tutoriales que apareciese en pantalla.
Afortunadamente para mí, ‘Monster Hunter World’ parecía ser muy consciente de mi déficit de atención, así que durante las primeras horas de esa tarde/noche, me fue dando todo muy mascadito, con grandes cinemáticas y un paseo bien cogido de la mano, no como si fuese lelo, pero siendo breve y claro cada vez que tocaba una lección importante.
No hubo hueco para mucho más el viernes por culpa de otros juegos que apremiaban más, pero me fui a la cama deseando volver a él al día siguiente. La suma de casualidades quería que la tarde/noche del sábado volviese a pasarla en solitario, así que tenía todo el tiempo del mundo para degustar cada milímetro del juego sin prisas ni obligaciones más allá de escribir este texto.
La primera fase del enamoramiento
No hizo falta esperar hasta entonces, a media mañana ya tenía el mando entre las manos y comentaba con mi pareja de qué trataba el juego, qué tenía que hacer y dónde estaba la gracia de todo. Sorprendentemente esta vez era yo el que explicaba a otra persona cómo funcionaba un ‘Monster Hunter’.
Conforme avanzaba el día fui completando misiones, principales y secundarias, con un arma distinta cada una de ellas. Empecé por el arco, arma que siempre ha tenido ese no sé qué que me despierta gran admiración. Pasando. Ver que los puntos de vida que quito con cada golpe son mínimos me pone nervioso, así que tras probar algunas más acabé con la vara, que ya había probado en su día y me encandiló con la habilidad de poder encaramarme a los bichos con mayor facilidad.
No duraron mucho ni el entusiasmo ni mis ganas de tomármelo con calma, así que después de comer me dejé de experimentos. Fui a buscar equipamiento y me centré en lo que, de forma tan errónea como yo, muchos acabaréis haciendo. ¿Qué es lo que más defensa me da? ¿Esto? Pues al saco. ¿Y armas? ¿Qué es lo que más daño hace? ¿El martillo? Pues a por él.
Lo que a priori parecía la crónica de una muerte anunciada para mi partida, resultó ser todo lo contrario. Los monstruos casi ni me tocaban y el martillo funcionaba a las mil maravillas. Ni era lento ni daba la sensación de estarme haciendo perder el tiempo con cada golpe, así que misión tras misión, monstruo tras monstruo, todo lo que se me iba cruzando en el camino acababa mordiendo el polvo. Hasta imponentes bicharracos con cuerpo de roca que apuntaban a ser un dolor de cabeza se rendían a mis golpes en su cabezota.
Esto está hecho. Tengo el juego pillado por los cuernos y aquí no hay quien me pare, pensaba yo a eso de las seis de la tarde. Ni confirmo ni desmiento que me hubiese venido un poco arriba. Demasiado, tal vez. Pero como la realidad golpea con la misma fuerza que el ataque Big Bang de mi amado martillo óseo, pronto volvería a poner los pies en el suelo.
Se rompió el amor de tanto usarlo
La realidad se llamaba Anjanath, un bicharraco de varios metros de alto que, una vez cabreado, expulsa fuego por la boca. Para entonces ya había merendado monstruos igual de amenazantes, así que martillo en mano me fui en busca de mi nueva presa. Además ya había luchado con él en un evento y en la beta, por lo que sabía a qué atenerme y antes incluso de empezar a golpearle ya saboreaba la gloria.
Maldito hijo de su madre el Anjanath. Menudo pedazo de hijo de Satanás, guarro y traicionero. Dos guantazos y de camino al campamento por culpa de un desmayo. No apoyado en el hombro de un compañero o en un helicóptero de rescate, no, transportado en un carro de madera y tirado al suelo como si fuese un saco de estiercol. Venga campeón, que te quedan dos intentos más.
Algo habré hecho mal porque a los otros los he ventilado con relativa facilidad. A base de un golpe tras otro durante varios minutos, sí, pero esquivándolos con facilidad y sabiendo recuperarme de cada situación peliaguda. Nunca un paseo, pero sí una lucha bastante equilibrada en la que yo tenía casi siempre la sartén por el mango.
Vamos a probar con otro equipamiento, a ver si con la ballesta pesada y disparando desde lejos la cosa mejora... Coletazo que me envía a Cuenca y golpe arrastrando la cabeza por el suelo (un movimiento más propio de mi perra en modo aspiradora recogiendo migas del suelo que de un bicho con forma de Tiranosaurio). Segundo desmayo.
Es que la ballesta pesada es muy lenta, pero no parece mala idea, voy a probar con la ligera a ver qué tal. Patada que me manda de viaje y mordisco entre sus fauces. Tercer y último desmayo. ¿Qué narices acaba de pasar? Que no he tenido ni la más remota posibilidad. Me ha vapuleado. Eso es lo que acaba de pasar.
Igual si subo la armadura al máximo y hago otras misiones secundarias consigo mejorar un poco. ¿El resultado? Pocos puntos de defensa más y la posibilidad de cosechar plantas que no necesito.
Bueno, hay misiones por ahí de las que he pasado olímpicamente, igual alguna de ellas me da materiales para mejorar el martillo y con menos golpes lo dejo listo… Pues nada, eso tampoco.
Igual encuentro alguien online y entre varios la cosa mejora, igual es que es una barrera para obligar a la gente a jugar en compañía. Ni Cristo conectado. ¿Y ahora qué narices hago? ¿Cómo demonios acabo con ese malnacido si no tengo opción de mejorar nada de lo que tengo?
Con el estómago lleno todo luce mejor
Pensé que, con el estómago lleno, igual la cuesta que tenía por delante se subía mejor. Así que me relajo un rato haciendo una masa, colocando ingredientes (pepperoni, champiñones y olivas negras) y meto la pizza en el horno. Como lo de precalentar el horno siempre se me pasa, puedo aprovechar el tiempo de más que va a tardar en volverlo a intentar otra vez.
Sigilo, capa de cazador para esconderme y curarme cuando la cosa se tuerce, algún que otro barril explosivo, golpes que llegan a donde tienen que llegar y, por ponerme un poco a su altura, alguna que otra estrategia bastante asquerosa de la que no hablaré por vergüenza ajena. Medidas desesperadas le llaman.
Consigo incluso llegar a la última fase de la lucha, con el monstruo visiblemente cansado y ya lanzando fuego por la boca. Ya casi lo tengo. Probablemente le quedan unos pocos golpes más y listo... Mentira.
Ilusiones, fe ciega, podéis llamarlo como queráis, pero la suerte al esquivar cada embestida del bicho llega a su fin y, con ella, mi primer viaje desmayado al campamento. Paseo en carro al que le seguirán otros dos más antes de ver el mensaje Misión Fallida impreso en la pantalla.
Como puede que esto lo lean niños no reproduciré la cantidad de barbaridades que solté por mi boca en ese momento, con el mando en alto y con unas ganas locas de estamparlo contra el suelo que sólo se frenaron cuando mi mente reprodujo una pregunta clave para el devenir de esa noche: ¿qué es ese olor?
La pizza. El Anjanath te acaba de dejar sin amor propio y sin cena.
Por alguna extraña razón esa pausa me hizo click en la cabeza. La fuerza bruta me había funcionado hasta el momento, pero estaba claro que a golpetazo limpio no era rival para el Anjanath. Para acabar con él no debía ponerme a su altura, debía ser más listo que él.
La dulce y reconfortante venganza
Como mi relación de amor odio con ‘Monster Hunter World’ ya había llegado a un extremo insalvable a esas alturas de la noche, decidí aparcar el juego hasta el día siguiente. Sabía exactamente qué era lo que debía hacer, pero primero debía prepararme para ello.
Sigue haciendo misiones, consigue más materiales, caza a otros bichos, haz lo que sea necesario para prepararte para la lucha. La única diferencia es que la próxima vez que me enfrentase al Anjanath no sería un combate, sería una caza.
La mañana del domingo la paso completando todo aquello que había obviado por completo. Volver a luchar contra monstruos que ya había matado. Enfrentarme a más de dos bestias a la vez. Cazar bicharracos enormes… Para cuando ya dominaba todas las trampas y efectos añadidos con los que podía fastidiarle el día al Anjanath, decidí pasarme por la forja para ver si entre todo lo recogido había algo que me permitiese crear o mejorar alguna de mis armas.
Para mi sorpresa, sin saber muy bien qué, cuándo o cómo, algo había activado nuevas armaduras. A la alegría y excitación le siguió la calma. Y es que podría coger todo eso e ir de cabeza a por mi némesis, pero iba a hacerlo bien. Cuando fuese a por él iba a ser para humillarlo, así que sigo haciendo más misiones secundarias y recogiendo materiales durante exploraciones hasta que mi nueva armadura se convierte en una fortaleza impenetrable.
A base trampas, estados alterados y aprovechamiento del entorno (benditas rocas colgadas de una liana que caen con la fuerza de un terremoto), pero sobre todo a base de paciencia y golpetazos de martillo, el Anjanath cae y, con él, cualquier atisbo de duda que pudiese tener sobre ‘Monster Hunter World’.
Me ha obligado a entender cómo funciona y me ha hecho jugar mejor. Del amor al odio y de vuelta al amor. Mensaje a los amigos para que se compren el juego cuanto antes y, después, a seguir jugando. Qué ganas de poder disfrutarlo con más gente y vivir ese sabor de la victoria en compañía. Qué ganas de ver dónde me vuelve a frenar la euforia. De comprobar hasta qué punto es capaz de seguir sorprendiéndome y haciéndome mejorar. Maldito ‘Monster Hunter World’. Menudo juegarral.
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La noticia Monster Hunter World, o cómo una pizza quemada me enseñó a amar el nuevo juego de Capcom fue publicada originalmente en Vidaextra por R. Marquez .
Fuente: Vidaextra
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