En plena era de la tecnología, siguen siendo dos lentes y una montura: en busca de un futuro tecnológico para las gafas

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“El mundo no es tan feo como cree. Su córnea trasplantada está bien, su ojo está bien, lo que fallaba era el cerebro.[…] Tras el transplante veía, pero no veía. Era turbio o nublado o gris, no lo sé. Lo que sé es que no veía lo que veían los demás”, dijo él y empezó a quitarle las vendas. “¿Y ahora? ¿Las cosas van a ser preciosas?”, le preguntó ella. “Las cosas serán lo que son”, le respondió.

Es un diálogo de un capítulo de House y lo tengo grabado en la memoria porque para mi, una vez, el mundo también fue turbio o nublado o gris. Luego llegaron las gafas. Por mucho que acompañen cada día la de millones de personas, por mucho que hayan cambiado la vida de muchos niños en todo el mundo, en plena Era de la Tecnología, siguen siendo dos lentes y una montura. ¿En serio no hay un futuro tecnológico para las gafas?

Según el color del cristal con que se mira

Sí, llevo gafas desde pequeño, pero cuando digo que “cambiado la vida de muchos niños en todo el mundo” no hablo de mi caso personal. Ni de algo teórico. Yo ni siquiera lo intuía hasta que cumplí 17 años. Fue aquel diciembre cuando mi amigo Victor y yo nos dimos de bruces con la historia de los demonios de Casavalle.

Barrio Casavale

No eran ni uno ni dos, eran bandas de niños que no iban a la escuela y malgastaban su vida robando, peleando, drogándose. Nos lo contó un cura viejo que había tenido la parroquia en aquel barrio de Montevideo. Algunas de sus anécdotas eran dulces y graciosas, otras te desgarraban por dentro.

Pero de entre todas, nosotros salimos de aquel cuarto con una frase en la cabeza: “muchos se van a la calle, sencillamente, porque no ven. Se aburren en clase, sin ver la pizarra y solo es cuestión de tiempo el terminar en la calle”. ¿Alguien podía desperdiciar su vida solo por no tener gafas? Puede sonar paternalista, naïf: éramos jóvenes e idealistas.

Yo vivía en Granada; él, en León. Y con esa fiebre juvenil del que no sabe cómo funciona el mundo, nos repartimos el mapa y comenzamos a llamar a gente para reunir gafas. Un puñado o un millón, ¿qué más daba? Si algo tan tonto como unas gafas podían cambiar las cosas, no sería por nosotros que se quedaran como estaban.

Arañamos compromisos a decenas de ópticas, conseguimos llenar un contenedor y durante casi una docena de meses repartimos gafas no solo por Montevideo, sino también en Perú, México y España. Luego la realidad (burocrática, empresarial y administrativa) nos tumbó el proyecto, pero desde entonces nunca he vuelto a mirar los anteojos de la misma manera. Y, por eso, cuando me invitaron a unas jornadas sobre el "futuro de las gafas", no me pude resistir.

La vida después del gran bluff tecnológico

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Hace unos años, con la llegada de Google Glass, parecía que las gafas estaban a punto de sufrir una de esas revoluciones tecnológicas imparables. Conozco a gente muy brillante que dejaron trabajos en grandes multinacionales para desarrollar productos para las Glass. La excitación se podía mascar en el ambiente. Luego vino el 'bluff'.

En muchos sentidos, el hundimiento del proyecto de Google conllevó una pérdida de interés social en las gafas inteligentes que, pese a los intentos de traerlo de vuelta, nunca se ha recuperado. Sin embargo, no se ha dejado de trabajar en ello. Por poner algunos ejemplos, Recon Instruments lleva años trabajando en gafas para ciclistas y esquiadores que permiten evaluar en tiempo real la velocidad, la elevación o la distancia del recorrido.

Vino Optics, bajo distintos avatares, lleva años diseñando gafas que permitan detectar flujos de sangre o patrones térmicos bajo la piel. Parece el sueño de todo jugador de póker, pero están diseñadas para servir como instrumentos para sanitarios a la hora de sacar sangre o identificar hematomas subcutáneos. También hemos hablado varias veces de las gafas para daltónicos que limpian información visual para que las personas puedan diferenciar mejor los colores.

Y eso no es lo más espectacular. Las lentes que sean capaces de adaptarse al instantante a las necesidades del ojo, desterrando la necesidad de lentes bifocales están también en marcha. Hay algunos prototipos que usan cristal líquido y otros que usan sistemas miniaturizados de enfocado parecidos a los de las cámaras digitales.

Esto no solo abre la puerta a formas nuevas de usar las gafas (varias personas podrían usar el mismo dispositivo), sino que pueden cambiar radicalmente el mercado que existe hoy por hoy. De hecho, cada vez más empresas intentan crear sistemas basados en aplicaciones y smartphones para que nos graduemos la vista en casa. ¿Cómo está afectando toda esta innovación a las ópticas reales?

La revolución en el mundo real

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Para averiguarlo, nos vamos a Berlín, a una convención llena de especialistas organizada por Zeiss, uno de los fabricantes ópticos de referencia en el mundo. La conclusión es que, aunque hay mejoras técnicas muy importantes, lo único que se ha hecho es confirmar que el diseño que lleva cientos de años en el mercado parece invatible.

Por eso, la innovación lleva tiempo centrada en las lentes. En los últimos años, se han comercializado gafas para conducir, para usar pantallas electrónicas, para usuarios de lentes de contacto. También se han creado máquinas para calibrar mejor o para imprimir monturas en tres dimensiones, pero esto último se puede entender casi como una forma de combatir la disrrupción del sector.

"En el fondo, el mercado de la gafa se divide en tres grandes modelos de negocio: precio, diseño o ciencia", me dice Jorge Rodríguez, de Gran Óptica y tiene razón. Frente a las grandes cadenas centradas en el precio, surgen pequeñas boutiques centradas en el diseño y la exclusividad (Óptica Girona o el Centro Doctrinos de Valladolid), por un lado; y centros tecnológiamente avanzados que buscan personalizar al máximo los anteojos.

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Sin embargo, la sensación es que, pese a la indudable complejidad técnica de todo esto (y la inversión en I+D que arrastran), son desarrollos tecnológicos menores. Al menos, si los comparamos con las espectativas. El mercado no deja de crecer. Pero las ópticas, en una carrera parecida a la que intentan ahora los audífonos, han conseguido dejar de ser un producto sanitario para ser un producto de consumo. Eso tiene un costo: hay más margen, pero los cambios tecnológicos van mucho más lentos.

Decenas de start-ups, centenares de innovaciones y millones de dólares invertidos, pero las gafas del futuro son, sencillamente, gafas. Hay tecnologías que resisten con uñas y dientes el paso del tiempo. Esta parecen una de ellas.

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Fuente: Xataka
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