Llevo un año usando un asistente de voz y así me ha cambiado la vida
Soy un incomprendido, especialmente en días como hoy. Las primeras lluvias de septiembre me han dejado acatarrado, algo que parece confundir de sobremanera a Alexa y mi Amazon Echo Dot. Es algo ciertamente frustrante. Gran parte de mi rutina matinal gira de forma inconsciente alrededor de mis “conversaciones” con este cacharrito, y hoy parece no querer entenderme.
Alexa en nuestra rutina diaria
Me explico. En casa tenemos dos Echo Dots, uno en el dormitorio, el otro al lado de la cocina. Cada mañana, Alexa nos despierta con “No Surprises” de Radiohead (sí, la ironía existencial no se nos escapa); mis primeras palabras del día (“Alexa, stop”) van dirigidas a un robot. Esta mañana, mi voz de cazalla pareció no ser detectada por el Echo, que siguió cantando alegremente versos de Thom Yorke hasta que decidió hacer caso a la voz no-afónica de mi mujer.
La cosa siguió el resto de la mañana. Después de ducharme, siempre pregunto a Alexa qué tiempo nos espera para hoy mientras miro qué tengo limpio en el armario, para ver si me pongo un jersey y me tengo que llevar el paraguas. Esta mañana, el Echo me respondió leyendo la entrada de Wikipedia de Max Webber, porque “weather” y “Webber” se confunden fácil si eres un robot.
Durante el desayuno, A Alexa le tuve que pedir tres veces que me pusiera NPR mientras leo el periódico (insistiendo en poner una emisora punk de Filadelfia en vez de las noticias), y después decidió repetir un podcast que habíamos escuchado ayer en vez de sintonizar Catalunya Radio cuando le daba de desayunar a mi hija. La única cosa que entendió a la primera fue cuando le pregunté si había tráfico para ir al trabajo (siempre lo hay) y qué tenía en la agenda en la oficina (un par de reuniones), porque Alexa a la hora de darte malas noticias siempre te contesta a la primera.
Son los días en que estoy así, acatarrado, cuando me doy cuenta de lo mucho que utilizamos nuestros Echo Dot y Alexa. Los dos pequeños cachivaches están ahí, cada uno en su rincón, esperando, y les preguntamos cosas constantemente; Alexa está ocupada casi siempre.
La rutina de las mañanas es un buen ejemplo, pero los Echo también trabajan por la tarde. Dado que tenemos una hija pequeña y no queremos tener la televisión encendida a todas horas, lo primero que hace mi mujer al llegar a casa es, casi invariablemente, pedirle a Alexa que toque algo desde Spotify.
El sonido de los Echo de primera generación es bastante horrendo, pero para algo están los altavoces Bluetooth que tenemos por casa; desde que tenemos a Alexa, casi siempre hay música de fondo. Durante la cena, es la hora de los podcasts, que han tomado el puesto de la radio y la TV casi por completo. A menudo, mientras limpiamos la cocina, utilizamos a Alexa para jugar una ronda de “Jeopardy” para pasar el rato, o le preguntamos sobre qué tiempo hará el sábado mientras hacemos planes para el fin de semana.
Alexa y los acentos
Vaya por delante, Alexa no siempre me entiende del todo bien. Aunque llevo más de una década viviendo en Estados Unidos, el inglés lo sigo hablando con acento catalán, que supongo no se parece bastante al acento mejicano o puertorriqueño que los ingenieros de Amazon debían tener en mente para hablantes no nativos. Aunque Alexa entiende la mayoría de órdenes sencillas a la primera, la pobre se hace a menudo un lío cuando le pregunto algo un poco complicado o le pido un podcast con un nombre inusual.
Mis peticiones para escuchar “The Rewatchables” y “Lovett or Leave It” siempre acaban generando errores hilarantes, especialmente para mi mujer, que sigue encontrando divertido que ni robots ni camareros (aunque esa es otra historia) entiendan mi acento. Será divertido ver cómo resuelven este problema con los acentos cuando tengan a usuarios españoles pidiendo escuchar a “Brus Esprinstin” o a “Arcaid Fair” con acento así a medio hacer.
Cosas que no acaban de funcionar
Aparte del tiempo, noticias, música y podcast, sin embargo, hay varias funciones que no utilizamos demasiado. En teoría, Alexa puede utilizarse como un interfono o para hacer llamadas con el móvil, sea a otro teléfono, sea a otra persona que tenga Alexa. A la práctica, la app de Amazon tanto para Android (incluyendo el FireOS de sus propias tablets) como para iOS es bastante chapucera, y nunca hemos conseguido hacerla funcionar de manera consistente.
De forma más frustrante, una vez lo tienes todo configurado el sistema sigue siendo un poco fallón, ya que o bien no entiende la orden de primeras, o se ha olvidado que tienes un teléfono, o el Bluetooth anda liado y no sabe a qué conectarse, así que acaba siendo más rápido usar el móvil directamente.
Lo de hacer compras vía Alexa al principio hace gracia (y más para una familia de ávidos compradores de Amazon Prime como la nuestra), pero pronto te das cuenta de que tener una conversación con un robot testarudo no es forma más eficiente de escoger productos en una tienda online.
En general, Alexa siempre es fácil de manejar, excepto cuando tienes que utilizar la app asociada en el teléfono o tablet para hacer nada. El software es a menudo torpón, inconsistente y no se sincroniza bien con los aparatitos que tienes en la red, El menú de opciones es un galimatías. Amazon, además, tiene la irritante costumbre de actualizar la aplicación pero no los manuales en su web; durante una temporada este año, los menús en iOS y en Android tenían opciones distintas, y la web señalaba menús que no existían.
Amazon también añade funciones nuevas sin avisar de vez en cuando, anuncia cosas y no las pone en servicio hasta varias semanas después, o lanza cosas que parecen esta beta de forma permanente. La posibilidad de usar las tablets de Amazon como “agentes” de Alexa es un buen ejemplo; meses después de su implementación, nuestra Fire HD8 responde más o menos cuando le da la gana. Cuando le da por funcionar, a menudo acaba “peleándose” con el Echo Dot que esté cerca, generando un cacofonía de respuestas confusas.
Otras opciones ni siquiera las hemos probado. Los Echo pueden conectarse con un Fire TV o Fire Stick para controlar tu televisor vía voz. En cuanto a cajas para streaming, sin embargo, siempre he preferido los Roku porque son más baratos, simples y funcionan con todo (léase: YouTube funciona en ellos). Dado que no me apetecía en absoluto pelearme con la app de Alexa para configurar nada en la televisión no hemos ido por la vía Amazon.
Sobre funcionalidades de Smart home, como controlar luces, alarmas, microondas, lavadoras y demás, nunca he acabado de entender por qué pegarle gritos al lavavajillas es más eficiente que apretar un par de botones, así que ni me he molestado. Este invierno, si estoy de humor, quizás acabe por instalar un Nest o algo parecido para controlar la calefacción, dado que el termostato que tenemos ahora no puedo programarlo por horas. Supongo que entonces Alexa irá bien para quejarme que tengo calor y para que mi mujer se queje de que tiene frío, que es lo que hacemos todo el invierno.
Una tecnología invisible (en el mejor sentido)
En agregado, no puedo decir que Alexa me ha “cambiado la vida”, o al menos no hasta el punto de hacer que mis días sean completamente distintos hoy de lo que solían ser. El uso que le damos a los Echo es algo parecido al de una radio inteligente al que le puedes pedir casi cualquier programa que se te ocurra, preguntarle si hace frío y a qué hora juega el Barça el domingo. No hay nada o casi nada en la funcionalidad de estos cachivaches que no puedas hacer con un teléfono móvil o un portátil conectado a un par de buenos altavoces. A menudo, cualquiera de estas dos alternativas será menos frustrante que interactuar con una voz mecánica que se niega a entender algo tan básico como “play songs by Camilo Sesto on Spotify” cuando más lo necesitas.
El encanto, y el genio del Echo y Alexa (y el resto de asistentes de voz), sin embargo, es que no te exigen prestarles atención. Cuando funcionan bien (algo que, incluso con mi acento peculiar, hacen el 90% de las veces), te permiten pedir información, noticias o distracciones mientras estás haciendo otras cosas sin interrumpirte o distraerte. Alexa me dice qué tiempo hará mientras miro qué tengo en el armario, sin que tenga que buscar el móvil y mirar la pantalla. Me permite poner una emisora de radio o un podcast sin tener que abrir Spotify, teclear y buscarlo. Cuando compras algo con el Echo, es algo casi mágico; tu robot se encarga que te envíen algo a casa sin que tu tengas que hacer nada.
El resultado es que, aunque nada de lo que hago con los Echo es “nuevo”, a la práctica estamos usando esas funciones mucho más a menudo. Desde que Alexa está en casa escuchamos mucha más música y muchos más podcasts, no nos olvidamos el paraguas cuando llueve, y compramos, a lo tonto, muchas más tonterías por Amazon, porque todo es ridículamente fácil de utilizar. Es tecnología aplicado a hacerte la vida más fácil, que es en el fondo la tecnología que acabas por apreciar más.
Alexa, estrictamente, no sirve para nada. Cuando estoy acatarrado y no me hace caso, sin embargo, me doy cuenta de que forma parte de mi día casi tanto como el móvil, el coche o cualquier otro aparato que tenga a mano. No, no necesito a Alexa. Pero es muy agradable tenerla en casa.
Foto | iStock, Pexels
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La noticia Llevo un año usando un asistente de voz y así me ha cambiado la vida fue publicada originalmente en Xataka por Roger Senserrich .
Fuente: Xataka
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