Slender Man, el dios 'fandomita' que retrata los miedos del siglo XXI
Diecinueve puñaladas. Dos de ellas no tocaron por muy poco dos arterias. Una se quedó a un roce de perforar el corazón. Todas sobre el mismo cuerpo, el de Payton Lautner, 12 años. Antes de recibir la primera, Morgan Geyser, su mejor amiga, se agachó junto a ella y le susurró al oído: "Lo siento". Y hasta aquí llega el morbo. Ahora, hablemos de Slender Man.
Decía Stephen King, en ese pozo sin fondo de sabiduría que es su 'Mientras escribo', que lo último que un narrador descubre de lo narrado es el tema. Y debe ser así. Al tema, dice King, se lo intuye cuando se deja que el relato pierda el rojo candente de lo factual, de la cadena de sucesos que lo articula, y se lo observa como conjunto, interrogándose sobre su significado. En ese momento, el narrador descubre cuál es el tema y en consecuencia, dice King, debe reescribir el relato para, por así decirlo, hacerlo remar a favor del tema. Lograr que lo accidental se convierta en voluntario.
En el periodismo pasa algo así. Se empieza por lo factual y se termina, según se suman años, por lo analítico. Por no solo contar las cosas que pasan, sino por tratar de encontrarles un sentido y transmitírselo a un lector. Como yo estoy ya en esa fase, porque aunque el DNI me señale como joven soy ya un viejo en el oficio, me niego a que este artículo sea un mero tren de la bruja que recopile las apariciones más populares de este monstruo de traje, corbata y tentáculos. Me niego porque creo que su tema es tan grande como el aquí y ahora. Lo contemporáneo. Internet. Me niego porque creo que las tres niñas ligadas por esa tragedia —la que mandó, la que apuñaló, la apuñalada— merecen algo más.
Hoy llega a las salas una adaptación que a todas luces será muy, muy olvidable de este gran monstruo del siglo XXI. En esta era de agregadores, los números dan pocas esperanzas —un 7% en Rottentomatoes y un 30 en Metacritic—. Pero hace apenas dos años, 2016, la HBO lanzó un documental firmado por Irene Taylor Brodsky titulado: Beware the Slenderman. Es extraordinario. Y en él se exponen, a veces frontalmente y a veces con sutileza, el tema medular tras este monstruo: Slender Man es Internet; la pesadilla de Internet; Internet desatado. Lleguemos al tema como debe de llegar todo relato: palabra a palabra.
1983. No queríamos matarlos
"No queríamos ir, no queríamos matarlos, pero su silencio persistente y sus brazos descoyuntados nos horrorizaban y serenaban al mismo tiempo".
Veintiún palabras. Y una imagen. La que está bajo estas líneas. Un grupo de muchachos y una altísima figura, que tiene mucho que ver con ese humano en disolución de El grito de Munch, descollando sobre ellos. La expresión de los jóvenes, especialmente la del chaval en primer plano, es una mezcla de miedo y violencia.
El broche final, la firma de la foto: Fotógrafo desconocido, presuntamente muerto.
Slender Man nace del genio de un individuo. El 10 de junio, Eric Knudsen, bajo el alias de Victor Surge, exponía su participación en un concurso de retoque fotográfico del foro Somethingawful. Una de las fotos fue la que abre esta sección, la otra, incluida más abajo, completa todos los ingredientes esenciales del mito. Un parque infantil (niños, de nuevo) y la misteriosa figura alargada, con un tamaño más reducido y unos apéndices que semejan tentáculos.
El pie de foto da información clave: "Una de las dos fotografías recuperadas del incendio de la Biblioteca de Stirling City. Notable por haber sido tomada el día en el que catorce niños desaparecieron y por lo que ha sido denominado 'El Slender Man'. La fotografía fue confiscada como pruebas. 1986. Fotógrafa: Mary Thomas, desaparecida desde el 13 de junio de 1986.
Knudsen, en una entrevista entrecortada y algo incómoda de escuchar por la devoción fandomita del entrevistador de Slender Nation Podcast, explicó la banalidad del proceso tras el fenómeno que involuntariamente había parido: "Apenas fueron 10 o 15 minutos de darle vueltas. Había visto lo que estaba haciendo otra gente para el concurso y pensé: 'Nah, están bien, pero… puedo hacer algo que dé más miedo'. Reuní unos assets, abrí Photoshop y creé esas dos imágenes."
Knudsen, cuando su entrevistador le deja entre risa histérica y divagaciones sobre su novela de Slender Man, enumera los epítetos fundamentales de esta creación. Lovecraftiano es el primero en surgen. En mente de su creador, esta criatura pertenece al horror cósmico, a esa categoría de lo temible que enfrente a los hombres ante la vastedad de lo infinito. Ergo, Slender Man debería ser una caja negra, un perfecto generador de preguntas. Así fue.
Como detalladamente recoge esta cronología de Rolling Stone, el virus de Slender Man se diseminó a la velocidad del rayo. Solo hicieron falta 10 días para que tres jóvenes cineastas —Troy Wagner, Joseph DeLange y Tim Sutton— creen una serie, 'Marble Hornets', en la que Slender Man acosa a unos jóvenes cineastas, un planteamiento idéntico al de 'The Blair Witch Project'. De ahí la viralización se vuelve explosiva. 4chan, Fangoria, Unfiction, un videojuego gratuito que se descarga más de dos millones de veces y que genera una secuela comercial y una pieza clave en toda la cultura fandomita: Deviantart.
Tal vez, tanto o más que Youtube, Deviantart es lo que contribuye a fijar los elementos esenciales de este mito; a crear un canon. En el ahora de estas palabras, la búsqueda de Slender Man en DeviantArt arroja 46.887 resultados. Una rápida navegación clava en el cerebro unas constantes: ausencia de rostro, traje y corbata, y un lugar favorito: el bosque. Esa omnipresencia de elementos visuales comunes cristalizó en Creepy Pasta, una suerte de repositorio para ficción terrorífica breve. Allí encontraría Anissa Weier el combustible para una obsesión, una obsesión que le contagió a Morgan Geyser y que se transformó en la tragedia ocurrida el 31 de mayo de 2014. El de las 19 puñaladas.
Wakesha, Wisconsin
"No queríamos matarla, pero debíamos. Era ella o nuestras familias".
Esta idea nuclear se repite una y otra vez en las confesiones de Anissa y Morgan recogidas en el documental 'Beware the Slenderman' una idea, por cierto, doblemente escalofriante cuando se la compara con el pie de foto de la primera imagen del monstruo. Planos cenitales de ambas niñas —Anissa siempre llorando; Morgan siempre distante y aparentemente serena— y de sus interrogadores. Los por qué se van sucediendo a media que la historia se torna más imposible de creer. Anissa y Morgan premeditaron el asesinato de una amiga durante días, para complacer a un monstruo nacido solo un lustro antes en un foro de Internet.
El relato de cómo sucedió el hecho es clave. No fue un plan ejecutado tal y como se pensó. Tuvo muchas idas y venidas. En un primer término, Anissa y Morgan querían atacar a Payton mientras dormía, porque según lo que había leído Anissa, siempre la encargada de concebir el plan, matar a una persona dormida es mucho más sencillo, "porque si le miras a los ojos a una persona cuando la matas te ves a ti mismo". Pero no fueron capaces.
Tras levantarse y desayunar juntas —era el cumpleaños de Morgan y estaban pasando el día en su casa— pidieron irse al bosque. Allí, en los lavabos de un parque infantil, sucedió la tragedia. Pero tardó en suceder. Anissa y Morgan no dejaban de ir y volver sobre la idea, de aterrarse con lo que pretendían hacer y de impulsarse a hacerlo. Al final, un empujón contra una pared inició la violencia. Luego Morgan tomó el cuchillo de manos de Anissa, que se confesó incapaz de hacerlo, le susurró a su amiga que lo sentía y la apuñaló.
Salieron corriendo de allí, convencidas de que un elemento mitológico repetido en las historias de Slender Man, una casa en el bosque en la que habita con los niños desaparecidos allí donde se le avista, se materializaría en la realidad. Anissa y Morgan le rogaron a gritos, como a un Dios, que apareciera. Pero nada sucedió. Fue entonces cuando empezaron a sentir la gravedad de lo que habían hecho. Hasta el punto de que Morgan, diagnosticada de esquizofrenia durante el juicio, se echó a llorar también. Anissa recordaba, entre sollozos, que "eso era muy raro, porque Morgan casi nunca lloraba".
Anissa y Morgan fueron condenadas a ser juzgadas como adultos y no como niñas por la gravedad de su crimen. En febrero de este año, fueron condenadas a una reclusión de 45 años en un centro psiquiátrico reducible a tres como mínimo si se pudiera probar que los síntomas que causaron su internamiento se han superado.
Lo que el documental de Taylor pone sobre la mesa son todas las preguntas incómodas. Las que se tuvo que hacer el juez para tomar tal decisión, las que se hicieron los medios, cayendo profusamente en el sensacionalismo, las que se hizo la opinión pública a partir de esos medios las que desgranaron los académicos de todo tipo, de la Biología a la Psicología, y las que asumieron los padres de las criminales, anonadados por lo que había ocurrido.
Estas preguntas son: ¿Cómo evaluamos el concepto de culpabilidad? ¿Qué influencia tiene la ficción sobre lo real? ¿Hay que ponerle fronteras a Internet? ¿Cómo se pueden detectar los indicios de que una persona padece una enfermedad mental grave? ¿Qué culpa es achacable a las familias de lo que sus hijos consumen?
La clave de estas preguntas es que el espectador, ante lo horrible del suceso, plantea unas respuestas tipo inmediatas, banales, epidérmicas. Unas respuestas cuya medida ideal, por qué no decirlo, es un tuit. O un titular. Evidentemente, las chiquillas tenían que ser unas locas o unos monstruos. Evidentemente, Internet es el diablo y quienes crearon a ese monstruo unos sectarios peligrosos que promueven el homicidio, como los llegó a definir un medio australiano. Evidentemente, los padres de las criminales son casi tan criminales como ellas, por no educarlas. Evidentemente, cualquiera puede ver de lejos que tal o cual persona es rara y dios sabe lo que habrá algún día.
Taylor destroza todos estos tópicos encontrando la voz de los padres. Hay múltiples momentos estremecedores, de pura humanidad, en los que se desnuda la imposibilidad de juzgar tan a la ligera los hechos. Por ejemplo, cuando la madre de Morgan recuerda, culpándose a sí misma por no darle una importancia mayor, cómo su hija no lloró cuando la madre de Bambi murió y simplemente le gritó al cervatillo que corriera y se escondiera. O cuando el padre de Anissa confiesa que no puede (ni quiere) mermar la educación de su benjamín quitándole la tableta obligatoria con la que lo educan en la escuela, pero que debería ser comprensible para cualquiera que él al menos dude si es lógico dejarla en manos de un niño, sabiendo que lo que ve es incontrolable.
Pero el momento que a mí me caló verdaderamente hondo, y que Taylor orquesta con maestría en el montaje, es la presentación y confesión del padre de Morgan. El padre de Morgan, la que apuñaló, es esquizofrénico. Eso quiere decir que percibe alucinaciones en nuestro mundo como si fueran reales y que es capaz, con un esfuerzo de voluntad difícil de imaginar, de negarlas racionalmente aunque las ve, las oye y las huele. Su hija, que no estaba diagnosticada, no tiene tal defensas.
En un momento desgarrador, este padre describe cómo recibe diariamente llamadas anónimas, llenas de odio, en el que le dedican palabras del estilo: "¡Tu hija y tú arderéis en el infierno!". Odio que también cabe en 140 caracteres. Este padre se deshace en explicar, desde su experiencia, cómo en ningún caso su hija odiaba o deseaba hacer lo que hizo: "La gente no entiende que amaba a Payton (su mejor amiga desde la infancia) tanto como la amo yo a ella". Este padre quiere hacer comprender a ese público implacable, que aguarda cualquier causa para volcar su veneno, que la realidad es mucho más compleja, y que un enfermo cuya percepción mezcla lo real y lo ilusorio puede cometer atrocidades sin quererlo. ¿Cometerlas lo hace culpable? ¿Lo hace merecedor del odio?
Internet, alea jacta est
En su estupendo libro, 'Folclore, historias de horror y el 'Slender Man: El desarrollo de una mitología de Internet' (Palgrave McMillan, 2015), los académicos Shira Chess (Universidad de Georgia) y Eric Newsom (Universidad de Missouri Central) hablan de una "oportunidad perdida". La que tuvo la prensa para desenmascarar ciertas execrables actitudes de la política más reaccionaria para tratar de coartar los límites de la ficción para que no pongan sobre la mesa incómodas preguntas disfrazadas de poderosas metáforas.
A veces por mero clickbait —como cuando el Huffington Post tituló: ¿Slender Man ataca de nuevo? por un homicidio dudoso que podría estar relacionado con el personaje—, a veces por clara agenda política —los numerosos tentáculos de Fox aprovechando los de esta siniestra entidad para generar el pánico en la población hacia Internet y su libertad a la enésima potencia—, los medios fallaron una y otra vez en proteger y reconocer el extraordinario nacimiento de un mito global enteramente alumbrado por Internet.
Slender Man, por su naturaleza tan abierta, por sus elementos de génesis tan inquietantes —su relación con los niños— por su capacidad de dispersión viral y por su carácter de monstruo lovecraftiano era la horma perfecta en la que calzar las obsesiones del siglo XXI. En Slender Man se han proyectado, argumentan los académicos, asuntos tan centrales a nuestro siglo como el bullying, el vacío espiritual, la deshumanización y, más que ninguna otra cosa, la creciente dificultad para discernir lo real de lo inventado. Vivimos, no lo olvidemos, en la era de las fake news.
Chess y Newson firman un valiente panegírico "a los miles de escritores, cineastas y artistas de todo tipo que contribuyeron con su talento a crear un mito en Internet de una enorme complejidad". Valiente porque incluso los numerosos creadores del mito, empezando por el padre original de la criatura Eric Knudsen, se vieron abrumados y aterrorizados por los sucesos de Wakesha.
Pero estos dos académicos, y ni mucho menos son los únicos, se niegan a silenciar la vibrante riqueza de un mito compartido y creado por amateurs. De un dios, en esencia, fandomita. No se puede negar el escalofrío de descubrir que Morgan y Anissa oraran de facto a la criatura de ficción que se manifestara tras cometer su crimen. Pero tampoco se puede negar el valor cultural, filosófico e histórico de una creación que genera sus propias sectas y corrientes de interpretación.
A mí, desde luego, me fascinó que, en consonancia casi a la letra con el sufismo, exista una facción de los fandomitas de Slender Man que se consideran Surgistas, en alusión al seudónimo de su creador y que consideran que la actual interpretación de los mitos se ha alejado de su esencia original y abogan por un retorno a ella. Apenas hay diferencias entre esto y la diversidad interna de una religión real. Algo sobre lo que ya habló en esta casa el cineasta y máster Álex De la Iglesia.
Volviendo al libro de Chess y Newson, rescato una cita que me parece especialmente preclara: "Slender Man es un producto de Internet y de las tecnologías digitales. Por tanto, su horror a menudo refleja las ansiedades de la era digital. En muchos sentidos, podemos ver a Slender Man como un personaje analógico en un mundo digital. Su predilección por la naturaleza y los bosques, y su atemporalidad atestiguan que no ha lugar para él en el mundo de las tecnologías móviles y emergentes […]. Su existencia representa, en muchos sentidos, un desafío a la nueva cultura digital ofreciendo algo más antiguo y primario."
Vamos a dar el salto de las páginas a los fotogramas en una pirueta que (espero) evite el descalabro. En el desenlace de 'Beware the Slenderman' se ofrece una crítica alegórica a esa gente que llamaba al padre de Morgan para invitarlo a arder en las llamas del averno por toda la eternidad. Una sucesión de fanarts que simplifican, envilecen y cosifican a este dúo de niñas atrapadas por sus propias incapacidades para defenderse del poder de una ficción subyugante.
Es una forma de ratificar, sin subrayados, que los desalmados que llamaban (anonimizados, evidentemente) a ese padre no eran más que trolls, la especie más infecta que puebla nuestra dimensión digital; cobardes que escupen odio a resguardo de su anonimato. El documental de Taylor Brodsky concluye con una diáfana advertencia que podemos resumir en un conocido proverbio bíblico: No juzguéis si no queréis ser juzgados.
Desde su apasionado análisis académico, Chess y Newsom completan esta advertencia con una proclama: celebremos la libertad y viralización de Internet como el ágora más poderosa en la que cuestionar nuestra condición humana. Ambas metas son perfectamente compatibles y ambas metas luchan exactamente contra lo que lucha un personaje inmerso en una historia de horror: la simplificación intelectual en pos del sometimiento a lo visceral. El miedo que nace de la ignorancia.
Por eso, cuando descubrí que es muy probable que esta cuenta de Instagram sea en efecto la del original Victor Surge —la explicación es larga, pero quienes rastreen sus huellas digitales verán que muchas cosas casan, como esas pinup inspiradas en 'EVE Online' que se encuentran en el perfil de DeviantArt desde el que se redirige a este Instagram, un juego del que Surge se declaró fan—, sonreí. Porque Surge se ha permitido a sí mismo volver a Slender Man, a pesar de Wakesha.
El mismo día que el crimen saltaba a las noticias, declaró: "Estoy profundamente triste por la tragedia de Wisconsin y mi corazón está con las familias afectadas por este acto terrible". Cuatro años después, en la primera de las nuevas 12 imágenes que él o un sosias excelentemente informado dedica a Slender Man, se lee: "Como niño, sufrí terrible parálisis durante el sueño que me hacían sentir que alguien me observaba. Creí que me inventé a Slender Man. Ahora me doy cuenta de que esas sombras tal vez fueran él desde el principio". Slender Man se reencuentra con su padre. Y con esa imagen, lo celebro.
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La noticia Slender Man, el dios 'fandomita' que retrata los miedos del siglo XXI fue publicada originalmente en Xataka por Ángel Luis Sucasas .
Fuente: Xataka
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