La fatiga de la suscripción: cuando hasta una aplicación para leer códigos QR te pide siete euros al mes
En 2010 yo trabajaba vendiendo contratos de telefonía para Yoigo, la única operadora que aún no tenía bonos de voz por minutos. Cobraba las llamadas minutando, y parte de mi trabajo era convencer al posible cliente de que esos bonos solo servían a quien gastaba exactamente esos minutos. Los que se quedaban cortos pagaban de más; los que se pasaban y tenían que abonar el exceso, también.
Hace casi una década de aquello y el auge del smartphone ha hecho que las llamadas de voz apenas tengan valor: cualquier tarifa de diez euros en adelante regala voz ilimitada y el cobro por minuto es residual. Algo parecido a lo que ha ocurrido con plataformas y aplicaciones de todo tipo que han abrazado el entorno de suscripción y relegan o directamente descartan modelos de compra única.
Sin embargo, extraño un Yoigo de esa época: alguien que me ofrezca alternativas y me recuerde que no siempre será mejor pagar por una barra libre si siendo realista no voy a beber más de cinco copas, que ya es mucho, porque entonces ya no me sale a cuenta.
Cuestión de números
Hagamos un repaso sobre cuál es el gasto que puede acometer una persona promedio en suscripciones, sin beneficiarse de planes familiares ni de cuentas baratas de dudoso origen, tomando los precios de referentes de cada sector (música, cine y series, nube, ecommerce, ofimática, deportes...):
- Spotify: 9,99 €/mes
- Netflix (HD): 10,99 €/mes
- PSN: 7,99 €/mes
- Dropbox (1 TB): 8,25 €/mes
- Amazon: 4,99 €/mes
- BeIn: 9,99 €/mes
- Office 365: 7 €/mes
La suma, 59,20 euros mensuales. 710,40 euros anuales. 7.104 euros al cabo de diez años por servicios basados en la suscripción (que se basa en un pago tanto si se consume ese servicio como si no), y no en la propiedad: si cancelamos esos servicios, habremos gastado más de 7.000 euros, pero no tendremos ninguna película, serie, canción, programa o juego en nuestro poder.
A estas alturas ya nos hemos acostumbrado a que la música no sea nuestra, sino que pagamos por el acceso eventual a ella. Lo mismo con películas o series: la caída de ventas de Blu-ray da una pista de que este formato ha perdido frente al streaming, al menos para las masas.
Los videojuegos todavía resisten, pero el camino empieza a ser el mismo. Microsoft lanzó Game Pass para Xbox, Sony ha lanzado PS Now y Ubisoft ya avanzó que la próxima generación de consolas puede ser la última porque lo que vendrá después será un modelo como el de la música: streaming y suscripciones.
Lo preocupante ya no es si ese será el modelo único en un futuro -cada vez hay menos dudas de que sí-, lo preocupante es si, como ya estamos empezando a ver en otros sectores, no tenemos únicamente una suscripción mensual al servicio de una consola, sino que cada gran estudio lanza su propio servicio. Los costes se dispararían, y la centralización de títulos en un catálogo se difuminaría.
Si queremos jugar al FIFA, por ejemplo, podríamos tener que pagar ya no solo la cuota por jugar online, sino también una suscripción a EA (que ya tiene EA Access y cuyo vicepresidente ejecutivo ya anticipó hace años que precisamente FIFA rompería con su formato de actualizaciones anuales para abrazar la suscripción actualizable). Si también quisiéramos el GTA, Red Dead Redemption o Call of Duty de turno, tocaría usar los hipotéticos de Rockstar o el de Activision.
Este modelo no aplica únicamente al entretenimiento, también toca a la productividad. Office también abrazó el entorno de suscripciones (aunque de momento mantiene la alternativa del pago único) y Adobe hizo lo propio con su suite. Desde entonces, por cierto, no le va nada mal.
Que Office o Creative Cloud hayan pasado a modelos de suscripción, bueno. Lo malo es cuando incluso la aplicación más intrascendente que podemos encontrar pretende que nos suscribamos por usarla. Quiero poner filtros a unas fotos, no pagarte 70 euros al año. Quiero escanear códigos QR (función nativa en iOS y en Google Lens para Android), ¿debo pagarte 7,99 euros al mes por hacerlo en tu aplicación? Ejemplos como estos en las tiendas de aplicaciones hay a patadas. Los métodos turbios para inducir a las suscripciones ya son otro tema.
La prensa, que nos ha habituado mayoritariamente al "todo gratis" sustentado con la publicidad y un pesimismo cronificado, también lleva tiempo generando rumores de que acabará pasándose a modelos de pago por suscripción como el que tan exitosamente implantó The New York Times (claro que no todo el mundo es The New York Times). Y ahí entra una segunda baza: ¿hacerlo por separado, o participar en agregadores como el que se rumorea de Apple News? ¿Una suscripción por medio, o una suscripción conjunta?
Precisamente Apple es una de las empresas que más ha impulsado las suscripciones en su App Store (y fuera de ella: iCloud, Apple Music, un servicio de vídeo en streaming de lanzamiento inminente...), quizás consciente de que el iPhone llegó a su techo de ventas y necesita sacar más dinero de sus clientes con servicios de software.
Subvencióname este juego
A menudo se dice que los billetes de avión de primera clase sirven para subvencionar los de la clase turista, y algo así ocurre con las suscripciones digitales: hay quien escucha doscientas horas mensuales de música en Spotify y hay quien apenas escucha cuatro. Que ambos paguen el mismo precio equivale a que el segundo esté subvencionando parte del precio al primero.
Cuantas más suscripciones nos ofrezcan para los servicios que usemos, más obligatorio se hace priorizar y repensar cuáles realmente necesitamos
Estas diferencias de uso también deberían tenerse en cuenta a la hora de decidir y priorizar suscripciones en un mundo digital que nos empuja a ellas para cualquier cosa, al menos si tenemos en mente optimizar nuestro dinero. ¿Realmente vamos a escuchar tantas canciones distintas con Spotify?
Diez años de uso son 1.200 euros con los que podemos comprar unos 120 álbumes o unas 1.100 canciones. El error de predicción, un mecanismo mental estudiado, hace que pensemos que necesitamos una gran variedad de elementos, pero que lo que termina ocurriendo es que solemos ser repetitivos con nuestros gustos. En este caso, que el 95% de la música escuchada serán los mismos veinte o treinta álbumes. Somos más predecibles de lo que creemos.
Lo mismo puede aplicarse al resto. ¿De verdad vamos a usar tanto ese servicio durante este mes? ¿Nos compensa más pagar acceso temporal ilimitado que por bienes que tendremos de por vida? Las suscripciones surgieron como métodos estupendos para, entre otras cosas, luchar contra la piratería. 9,99 euros al mes son una suerte de chantaje emocional para desarmar al que se justificaba con licencias de centenares de euros. Frente al exceso se corre el riesgo de que el usuario acabe sacando la tijera, y con ella, vuelva la piratería.
Otra consecuencia de las suscripciones es que cuando un pago es de cantidad reducida y queda domiciliado, el dolor de pagar se reduce (está estudiado). Comparemos los 10 euros mensuales de Spotify que llegan sin que nos demos cuenta a si tuviéramos que pagar 30 euros en efectivo cada tres meses.
El día de mañana
España no es país de ahorradores. Mientras que en naciones como Alemania el ahorro es una religión, en España este noble arte solo lo practican 4 de cada 10 ciudadanos, y en muchos casos orientándolo a un viaje o un capricho más que a tener un colchón económico por si vienen mal dadas. En muchos casos es necesario endeudarse para acabar el mes. Razón de más para pensar qué ocurrirá si el día de mañana llega otro escenario económico nefasto: en cuanto dejemos de pagar las suscripciones dejaremos de tener música, espacio en la nube, películas o videojuegos. Algo que no ocurre cuando compramos algo en propiedad.
Quizás debamos plantearnos si nos convienen todas las suscripciones, igual que si una barra libre nos compensa si solo beberemos dos copas
Las suscripciones seguramente no tengan vuelta atrás, salvo algunas excepciones (escáner de QR por siete euros al mes, te estoy mirando a ti). Pero tampoco deberíamos abrazarlas sin escepticismo, olvidar que existen -de momento- los pagos únicos a cambio de la propiedad y hacer números para no acabar pagando de más o fiar nuestro ocio y negocio a plataformas que nos cortarán el grifo en cuanto no podamos pagar la suscripción. Por cierto, vienen curvas.
Plantearnos si nuestras necesidades realmente encajan en lo que nos propone la industria va a ser más necesario que nunca con el previsible auge de las suscripciones, que acabará permeando hasta lo que nunca pensamos que fuese sensible a ese formato. El 15% de los estadounidenses ya están abonados a algunas compras recurrentes que llegan a su casa de forma regular. Amazon está impulsando este modelo, también en España. Hasta estamos empezando a ver impresoras con suscripción mensual. Quizás tengamos que pensarnos dos veces si esa supuesta comodidad nos acabará saliendo a cuenta.
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the.news La fatiga de la suscripción: cuando hasta una aplicación para leer códigos QR te pide siete euros al mes originally.published.in por Javier Lacort .
Fuente: Xataka
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