Hemos llevado miles de tardígrados a la Luna, pero el gran debate ahora es si han conseguido sobrevivir
“Creemos que la probabilidad de supervivencia de los tardígrados es extremadamente alta”. Nova Spivack, empresario cofundador de la Fundación Misión Arca.
“Ahora estamos contaminando la Luna con pequeñas criaturas casi indestructibles”. Monica Grady, profesora de ciencias planetarias y espaciales.
El 11 de abril de 2019, debido a errores informáticos, la nave robótica Génesis se estrelló en la Luna, dando al traste con el proyecto de alunizaje israelí. El plan era, aparte de sacar pecho e ilusionar al país, realizar fotografías y mediciones del campo magnético del satélite. Y, además, depositar una cápsula del tiempo, la Biblioteca Lunar, con información sobre la civilización humana.
El artefacto nanotecnológico incluía todo tipo de imágenes y libros escritos con letras microscópicas y en formatos digitales: una copia de la Wikipedia, un testimonio del Holocausto, los trucos de David Copperfield, la biblia judía... En el último momento, y sin comunicarlo a los científicos de la compañía responsable de la misión, la organización de Spivack había decidido añadir a la cápsula del tiempo varias muestras orgánicas, incluyendo unos cuantos miles de ositos de agua: los tardígrados.
El mito del superanimal
De los tardígrados y sus “superpoderes” se han escrito tantas páginas de alabanzas que puede resultar difícil hacerse una idea realista, no glorificada, de las características de estos diminutos seres. El tardígrado es, según varios titulares, el animal más duro de la Tierra, el más resistente, indestructible, capaz de sobrevivir a una catástrofe apocalíptica o de vivir en el espacio.
Más que mentiras, se trata de medias verdades o exageraciones. Todas aluden a una característica que poseen varias especies de tardígrados: su capacidad para entrar en un estado de animación suspendida reversible y muy resistente. En éste, las funciones vitales se paralizan y el metabolismo se reduce hasta lo indetectable. A esta forma de estar “cuasi-vivo” se le llama criptobiosis. Es una adaptación evolutiva que les permite aguantar periodos de sequedad en el medio en el que suelen vivir. Lógicamente, durante ese estado de reposo total no se alimentan, ni se mueven, ni crecen. Han sufrido cambios severos en el interior de su cuerpo, se han secado y se han convertido en una cápsula inerte con forma de tonel. Con suerte, si las circunstancias vuelven a ser propicias, podrán rehidratarse y activarse de nuevo.
La leyenda del tardígrado indestructible comenzó cuando los científicos empezaron a someter a esas bolitas en criptobiosis a todo tipo de condiciones extremas. Altas temperaturas, congelación, vacío, sustancias tóxicas, ausencia de oxígeno, radiaciones nocivas... Los tardígrados eran después colocados en un medio amable y en condiciones de vida óptimas. Y, entonces, gradualmente, salían del estado inerte y se reanimaban a la perfección... O no.
Los osos de agua no son los únicos organismos capaces de entrar en criptobiosis. Diversas especies de algas, algunas plantas complejas llamadas reviviscentes como la rosa de Jericó, levaduras, la larva de cierto mosquito, varios gusanos némátodos, rotíferos... pueden presentar en algún momento de su ciclo vital un estado inerte y ultrarresistente por tiempo indefinido. El animal más conocido con esta capacidad es la artemia o “mono de mar”, un crustáceo ampliamente usado como juguete y mascota, como comida para peces en acuariofilia, y como utilísimo animal de experimentación científica. Sus huevos (ojo: no el adulto) pueden eclosionar después de ser congelados, hervidos en agua durante más de una hora, privados de oxígeno o permanecer deshidratados por décadas.
Pero las artemias no son tan adorables como los tardígrados, que semejan ositos de gominola de ocho patas, simpáticos comilones que hasta parecen tener, según algunas representaciones muy divulgadas, cara de señor gordito. Efectivamente: son atractivos y despiertan afecto e interés. Son los evangelistas ideales para vender especulaciones astrobiológicas. Y es cierto que tienen en su haber impresionantes récords. Pero quizá queramos empezar a ver a los tardígrados no como los seres galácticos con superpoderes de los titulares, sino como los animales terrestres y terrenales, comunes y mortales que son en realidad.
Un grupo diverso y modesto
Leemos a menudo sobre El Tardígrado, el Animal Invencible, pero es una mala generalización. Los tardígrados son todo un filo, es decir, un gran grupo animal con la misma categoría que los moluscos, los artrópodos o los poríferos. (Por cierto, entre sus azañas se suele mencionar que han sobrevivido a cinco extinciones masivas... cosa que no impresiona demasiado si recordamos el resto de los filos también han superado las mismas extinciones, incluyendo el nuestro: los cordados).
Hay más de 1.300 especies de tardígrados, y se calcula que quedan muchísimas aún por descubrir
La diversidad de los tardígrados no es nada desdeñable: se han descrito casi mil trescientas especies de osos de agua pero se calcula que podrían existir diez veces más, aún por descubrir. Y, claro, sus capacidades son muy diferentes.
Las especies que viven en la humedad del musgo o la hojarasca pueden entrar rápidamente en criptobiosis cuando el ambiente se seca de forma brusca. Aquellas que viven en medios terrestres pero más acuosos son bastante lentas a la hora de prepararse para los malos tiempos. Las especies que viven en la costa pueden resistir el frío del invierno mediante una hibernación mucho menos drástica que la criptobiosis. Que sepamos, ninguna de esas habilidades están disponibles (salvo sorpresa mayúscula) para las múltiples especies de tardígrados que viven en el las profundidades marinas.
A la hora de vivir normalmente y realizar sus funciones vitales como osito de agua, los tardígrados más famosos, los Más Duros Sobre la Tierra, suelen ser... delicados. No es fácil cuidarlos en cautividad. Vamos, que en cuanto uno se descuida un poco, se suelen morir. Claramente no estamos hablando de criaturas inmortales. Sufren enfermedades letales o inanición como todo hijo de vecino, se los comen sus depredadores y parásitos... Si les sonríe la suerte, envejecen acumulando achaques hasta la provecta edad de unos cuantos meses. Dos años y medio como mucho.
Frecuentemente se los describe como animales extremófilos. No lo son, por lo general. Aunque algunas especies de tardígrados puedan resistir condiciones muy extremas en estado inerte, no pueden prosperar en esas mismas condiciones. A diferencia de los auténticos organismos extremófilos, los ositos de agua no pueden alimentarse, crecer o reproducirse allá donde las temperaturas o la presión sean muy altas, o muy bajas, o donde no hay humedad, o escasea el oxígeno, o donde no estén suficientemente protegidos de las radiaciones dañinas.
Ni, por supuesto, donde no haya comida. Los tardígrados comen; comen otros seres vivos: vegetales como los musgos, algas microscópicas, protozoos como las amebas, o animales diminutos como rotíferos o gusanos nemátodos. No tiene ningún sentido, por tanto, preocuparse por las consecuencias ecológicas de una hipotética contaminación tardígrada en un lugar tan adverso y estéril como nuestro satélite.
Supervivencia en la Luna
¿Están vivos los tardígrados de Misión Arca? Veamos. Hay una pequeña cuestión, un primer escollo. La nave en la que viajaban chocó contra la superficie de la Luna (que no está precisamente hecha de queso) a 500 kilómetros por hora. Cualquiera diría, dada la brutalidad del impacto, que nuestros amigos resultaron fulminados. Nova Spivack asegura todo lo contrario: que, debido a la trayectoria de la nave y al diseño de los discos donde iban enclaustrados, es muy probable que se hayan salvado. Spivak apuesta, evidentemente, por la posibilidad que más le interesa a su empresa. Resulta imposible por ahora comprobar si acierta o no. Supongamos que sí, que la Biblioteca Lunar está intacta.
El estado de criptobiosis no es eterno. Teóricamente, en el tardígrado deshidratado aún tienen lugar levísimos procesos de mantenimiento que suponen cierto gasto energético. En algún momento las reservas se agotarán y el organismo comenzará a desestructurarse. Diez años es probablemente un límite realista en condiciones normales. Es cierto que el frío puede ayudar a retrasar este destino inevitable: en 2015 científicos japoneses lograron resucitar tardígrados que habían permanecido 30 años congelados sin interrupción. En la Luna, desgraciadamente, las temperaturas oscilan de un modo terrible y el suelo puede superar, cuando pega el sol, los 120 grados centígrados.
La cápsula del tiempo que contenía los tardígrados estaba diseñada para preservar durante miles de años la información grabada, pero no para proteger las muestras biológicas que se añadieron un tanto precipitadamente y casi en secreto. Al carecer la Luna de atmósfera y magnetósfera protectoras, nuestros tardígrados estarán expuestos al bombardeo de los rayos cósmicos y a las radiaciones solares ionizantes.
Es verdad que los tardígrados en criptobiosis poseen una formidable resistencia a radiaciones letales para los humanos y para el común de los animales. Y es lógico que los estudios y los artículos de divulgación destaquen lo positivo y espectacular (la supervivencia), y no lo negativo y ordinario: la mortalidad; el porcentaje de individuos que ya no pueden ser reanimados.
Un conocido experimento de 2008 sacó a nuestros amigos de paseo en un vuelo espacial. La mortalidad inicial superó el 30% en el grupo de tardígrados que viajaban parcialmente protegidos de las radiaciones. Entre aquellos que fueron puestos a salvo y revividos con éxito por los científicos, muchos murieron al poco rato. En el grupo que viajó desprotegido, totalmente expuesto a la radiación, la inmensa mayoría de los individuos resultaron irrecuperables.
El daño es acumulativo, aumenta con el tiempo. Aquellos tardígrados habían estado en el espacio tan solo diez días. En el momento de escribir este artículo, los tardígrados de la Luna, si es que no están volatilizados desde el principio, llevan más de cuatro meses expuestos a las radiaciones. Y no hay prevista, ni a corto ni a medio plazo, ninguna misión de rescate.
Desde el punto de vista estrictamente biológico, entra dentro de lo posible que algunos individuos estén en este mismo instante, “vivos”, en un estado de criptobiosis hipotéticamente viable. Pero en la práctica, siendo francos, hablando en plata, a todos los efectos, los ositos de agua de la Luna están muertos.
Imágenes | Rosa Menkman, Hans Hillewaert, Dietzel65
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La noticia Hemos llevado miles de tardígrados a la Luna, pero el gran debate ahora es si han conseguido sobrevivir fue publicada originalmente en Xataka por Ernesto Carmena .
Fuente: Xataka
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