Las nubes extraterrestres son más habituales de lo que creemos: las nubes noctilucentes y otras nubes de ciencia sin ficción
La humanidad no cesa en sus intentos de dar con señales extraterrestres (cada uno acogiéndose a uno u otro sentido de la expresión), pero lo cierto es que llevamos tiempo conviviendo con ellas y son bastante evidentes. Tanto que incluso podemos hablar de nubes extraterrestres, aunque las conocemos con otra terminología más fiel a su apariencia: las nubes notilucentes.
Se trata de fenómenos meteorológicos naturales que se producen en determinadas condiciones, aunque hay otras nubes no menos extrañas que son una completa locura de colores en el cielo, por suerte por motivos muy distintos a esa foto que nos mostraba un luminoso arco iris encerrando un problema de contaminación lumínica: las nubes iridiscentes. De hecho, éstas segundas recuerdan bastante a la "gloria" en los cielos de la que hablamos algún tiempo.
Una origen literalmente extraterrestres
En ciertas épocas del año (y determinadas latitudes) se dan las condiciones para que en una capa de la atmósfera terrestre aparezca algo así como un efecto por CGI hecho por la propia naturaleza. En concreto se trata de la formación de cristales de hielo sobre partículas de polvo, lo cual da lugar a las nubes noctilucentes.
Estas nubes se empezaron a detectar y registrar hacia finales del siglo XIX (desde que se vieron tras la erupción del Krakatoa), aunque no sería hasta mucho más adelante cuando se empezase a teorizar sobre su origen extraterrestre. En 2013 la NASA estudió este fenómeno, apoyando esta idea de que los meteoros (o mejor dicho, las partículas de polvo que quedan de ellos al entrar en nuestra atmósfera) son una parte fundamental en su formación.
El tamaño de los cristales es fundamental para que se den las condiciones adecuadas para que se formen estas extrañas nubes. Éstos cristales de hielos han de ser del orden de 0,3 micrómetros y la temperatura de la mesosfera ha de ser inferior a -120 grados centígrados.
Como detallan en Sky and Telescope, tienen componente estacional y es quizás el contrario de lo que se podría pensar por las condiciones necesarias: son nubes veraniegas, apareciendo desde finales de mayo hasta mediados de agosto en el hemisferio norte y de noviembre a febrero en el hemisferio sur. Se forman a unos 80 kilómetros de la superficie terrestre, en torno a las dos horas después del atardecer o antes del amanecer, normalmente entre latitudes de 50 y 70 grados.
Debido a que cada vez ha sido más fácil observarlas, algunos investigadores consideran que puede haber relación con el cambio climático, en concreto el aumento de metano en la atmósfera. El metano puede combinarse con grupos alcohol (-OH), de modo que se produce vapor de agua, de ahí que habiendo más metano hay más vapor, y entonces hay más agua disponible para que condense y forme los cristales necesarios para las nubes noctilucentes. Además, la presencia de dióxido de carbono favorece que las temperaturas de la mesosfera bajen, lo cual se ha ido detectando gracias al Microwave Limb Sounder del JPL de la NASA.
Una muestra de estas nubes, y bastante chulo, es el que lograron crear los fotógrafos alemanes Michael Theusner y Maciej Libert el pasado 7 de enero. Fotografiaron las mismas nubes desde ciudades separadas unos 120 kilómetros creando una imagen para verlas en tres dimensiones.
Las primas hermanas de los arco iris
Quizás en alguna ocasión os hayáis fijado en esa especie de reflejo de colores que se produce en manchas de aceite o en charcos con gasolina o alguna sustancia parecida por la calle. Un reflejo de colores chillones, como si a una foto del arco iris se le pusiese al máximo el ajuste de saturación, parecido al de los CDs (si es que los habéis conocido). Pues esto mismo es lo que a veces vemos en el cielo, muy pocas, cuando se producen nubes iridiscentes.
No es casualidad que tengan los tonos del arco iris (de ahí su nombre) porque se producen por un efecto de la luz solar cuando hay gotas de agua o fragmentos de hielo, también de pequeño tamaño (de pocos micrómetros) en las nubes. Por esta cuestión del tamaño es por lo que se diferencia del arco iris: la iridiscencia de las nubes se produce por la difracción de la luz solar, no por refracción, la cual se produce con cristales de helo o gotas de agua más voluminosas (causando halos).
La curiosa física de las nubes iridiscentes y su diferencia con el arco iris la explicó con detalle Francis Villatoro, profesor del Departamento de Lenguajes y Ciencias de la Computación en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad de Málaga. De manera muy resumida, lo que ocurre es que las gotas de la nube son tan pequeñas que no pueden actuar como prismas con la luz del sol (y por tanto, refractar la luz y descomponerla), pero sí se da la difracción.
Así, esos colores tan vivos se producen cuando las nubes son finas (de modo que la luz solar atraviese una sola partícula y no varias) y los haces de luz inciden en estratos de gotas o cristales de tamaño similar (si varía mucho, el halo se vuelve blanquecino), de modo que por acumulación de este efecto se produce la coloración. Esta situación suele darse más fácilmente en nubes "jóvenes", especialmente en los bordes, apareciendo la iridiscencia en forma de corona, de manera muy similar a esas glorias que recordábamos en el inicio.
La NASA, que suele tener ojos privilegiados para ver auroras tanto en la Tierra como en Júpiter, tiró de los del fotógrafo Goran Strand para su foto astronómica del día 15 de enero de 2020, en la cual se ven unas nubes iridiscentes sobre Ostersund, Suecia. Cuentan que también se conocen como nubes estratosféricas polares, nubes nacaradas o madreperla, y que la iridiscencia se puede observar con mayor frecuencia cerca del sol, cuando éste queda oculto tras algo. Para muestra, el timelapse de Strand.
Imagen | NachoBen
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Fuente: Xataka
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