Y así, casi sin darme cuenta, el móvil ha conseguido que cada vez me cueste más concentrarme
Recuerdo un verano de hace ya un buen puñado de años, cuando mi abuelo me regaló mi primer móvil. Fijaos si hará tiempo que era un Sony Ericsson de teclas, no os digo más. Me hizo una ilusión enorme abrirlo, jugar a una especie de 'Tamagotchi' que tenía preinstalado y mandar mis primeros SMS, pero más allá de eso, el móvil no me aportaba nada. Salía de casa sin él, no me molestaba en mirarlo cuando estaba en casa salvo cuando sonaba y, en pocas palabras, pasaba olímpicamente de él. A día de hoy, sin embargo, mi móvil es una extensión de mi brazo, e imagino que no soy el único.
El caso es que conforme el móvil ha pasado a ser una parte cada vez más importante de mi vida (no solo porque es una herramienta de trabajo, que también, sino porque es lo que uso para comunicarme, navegar, entretenerme, etc.) he notado que mi capacidad de concentración se ha reducido ligeramente. O un poquito más, quizá. No es un secreto que el móvil es una fuente de distracciones constantes y de todo tipo, y eso, al menos a mí, me ha acabado afectando en mayor o menor medida en el día a día.
¿Cómo ha llegado el móvil a mi mano?
Seguramente esta situación le resulte familiar a más de uno. Estás tranquilamente en el sofá viendo una peli cualquiera y, sin darte cuenta, estás en Instagram viendo las historias de tus amigos o echando un ojo a Twitter. ¿Cómo ha llegado el móvil a mi mano? No lo sé, ha sido casi instintivo, como si fuese algo normal. Sin comerlo ni beberlo, la concentración que tenía puesta en la peli se ha disipado por completo porque el móvil se ha iluminado o porque, simplemente, algo dentro de mí ha dicho "a ver qué se cuenta la gente".
Evidentemente, cuando caigo en la cuenta suelto el móvil y sigo a lo mío, viendo mi peli, pero entonces Nolan me revienta la cabeza con una teoría física que parece capital para entender el film. ¿Y qué haces? ¿Esperas a que acabe la peli para buscar un análisis en Google? No sé vosotros, pero yo muchas veces me he encontrado con la peli de fondo mientras leía Wikipedia intentando entender qué diablos me estaba intentando explicar Nolan o quien sea. De nuevo, sin darme cuenta, estoy otra vez con el móvil en la mano.
O un WhatsApp, por supuesto. Durante el rato que he estado escribiendo este texto me han llegado algunas menciones a Twitter, un par de mensajes a Instagram y un par de WhatsApp. ¿Algo importante? No, pero han sido suficientes para que deje de pulsar teclas y me ponga a mirar el teléfono. Y, de paso, echar un vistazo a lo que se cuentan mis amigos en las historias (de verdad, ¿cómo es posible que estéis todo el año subiendo fotos en la playa?), ojear el feed de Twitter y leer los grupos de WhatsApp. Habrán sido 15 minutos, a lo mejor, con la tontería. A todo esto vamos a sumarle los correos personales y de trabajo, las alertas de tal o cual aplicación, las llamadas puntuales... en fin.
Seguramente alguno pensará que no pasa nada por echar un vistazo al móvil de vez en cuando, pero llega un punto en el que empieza a llamarte la atención que un día que consideras que no has mirado el móvil le hayas hecho cuatro horas de pantalla activa. Y no es porque hayas estado jugando o leyendo, no, es porque a lo largo del día has echado 10 minutos haciendo tal, otros 10 minutos haciendo cual, respondiendo un par de mensajes, y todo eso suma, porque cuatro horas son cuatro horas, en negrita y en mayúsculas.
Otra vez acabo de abrir Twitter. De verdad, qué drama.
El problema, creo yo, radica en que es fácil. No voy a entrar en cómo las apps y la mobile experience están diseñadas para tenerte ahí pegado a la pantalla, porque de eso se ha escrito mucho, pero quédate con la idea de que algo tan tonto y nimio como el globito rojo de las notificaciones en las apps está pensado para que entres y eches un vistazo. ¿O acaso soy el único al que le revienta tener globos rojos en los iconos de las apps?
El móvil nos permite acceder a una enorme cantidad de información con tan solo pulsar una pantalla. Es fácil, sencillo, rápido, casi instantáneo y todo está enlazado. Empiezas viendo una peli, pasas a Google para saber si tal actor es quien crees que es, comienzas a revisar su filmografía, encuentras un enlace a una noticia curiosa, la compartes en Twitter o la mandas por WhatsApp, llegas a otra cosa, y a otra, y a otra... Con todo, no es culpa de la tecnología ni del móvil, sino de cómo la usamos. El móvil es como un martillo: lo puedes usar para clavar un clavo o para cargarte a alguien, y que lo uses para lo segundo no implica que el martillo tenga la culpa o sea malo per se.
Y yo, aún así, me considero alguien que pasa olímpicamente del móvil. Mi estado de WhatsApp, de hecho, es "Si es urgente, llámame".
Pero ¿sabéis qué es lo más curioso? Que todo esto que os he contado me pasa solamente cuando estoy solo. Cuando salgo a la calle, ya puede salir ardiendo el móvil que no le hago ni el más mínimo caso. Tanto es así que me revienta, me cabrea y me enerva estar tomándome una caña con alguien a quien le estás contando algo y se ponga a mirar el móvil. Hipocresía, podríamos llamarlo, pero para mí una cosa es lo que hago con el móvil mientras veo una peli tirado en el sofá y otra que mientras estás con otras personas pases de ellas.
Evitarlo: tan fácil y a la vez tan complicado
¿Y cómo se puede evitar esta distracción tan constante? Fácil: apagas el móvil o lo dejas fuera del alcance, la teoría es sencilla. También es fácil la teoría del pádel, pero llevo años jugando y aún no me salen del todo bien las bandejas. Ya se sabe, una cosa es la teoría y otra la práctica. No os voy a engañar: a mí me cuesta desconectar del móvil, pero a lo largo del tiempo he desarrollado cierta "tendencia a pasar de él cuando el cuerpo me lo pide".
Hay veces que no me molesta que el móvil me interrumpa, como cuando estoy viendo un programa que no me termina de convencer y simplemente lo tengo de fondo, o cuando estoy escribiendo un artículo largo y denso y me apetece desconectar un momento. Hay veces que está bien distraerse. Pero cuando estoy concentrado en algo, intento hacer todo lo posible para que el móvil no me fastidie. Por ejemplo:
- El modo silencio es la auténtica salud. No el modo vibración, no, el modo silencio. Aprender a usarlo favorece la salud mental algunas veces.
- Siempre llevo wearables y a base de palos me he acostumbrado a ponerlos en modo "no molestar" cuando necesito concentrarme.
- Si estoy viendo una peli y me interesa, el móvil se queda en modo vibración. Si alguien me escribe y veo que es urgente, pauso la película, llamo, averiguo lo que tenga que averiguar y sigo, pero no me entretengo en mirar otras cosas. Lo mismo si estoy jugando online: dejo el juego y llamo (perdón por el AFK de antemano).
- Desactivo todas las notificaciones de los juegos, sin excepción. "Se ha completado la construcción de tal edificio", ok, pues ya veré qué hacer cuando tenga un rato.
- Si salgo a la calle y estoy esperando a que alguien me diga algo, le digo que me llame porque no voy a estar pendiente del móvil. Para mi sorpresa, suele funcionar.
Esas son algunas tácticas pro-concentración que sigo. ¿Mejorables? Sin duda, sobre todo si las aplicase siempre a rajatabla. Con todo, reconozco que me cuesta. Podría usar las herramientas de bienestar digital de Android y iOS, pero no me terminan de convencer; también podría desactivar las notificaciones de las apps sociales, y en algunas lo hago (como en TikTok o en Instagram), pero en Twitter, por ejemplo, me da "cosilla" perderme una mención importante.
A lo que quiero llegar es a que hay herramientas para evitar distraerse, pero hay que ponerse a usarlas. Y eso me lleva a las siguientes preguntas: ¿ha llegado la distracción constante para quedarse? ¿Estamos, de alguna forma, condenados a ser interrumpidos en todo momento? Y la más importante: ¿estamos dispuestos a desactivar las notificaciones de WhatsApp a cambio de mejorar nuestra concentración? El debate está servido.
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La noticia Y así, casi sin darme cuenta, el móvil ha conseguido que cada vez me cueste más concentrarme fue publicada originalmente en Xataka por Jose García .
Fuente: Xataka
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