Chris Crawford, el hombre que sin tener ni idea de programación revolucionó el mundo de los videojuegos
Imagínense a un tipo de metro sesenta gesticulando como el Conde Olaf, un Merlín recién afeitado ataviado con un sombrero gigantesco —posee una gran colección—, hablando sobre videojuegos como si le fuese la vida en ello —spoiler: le va, vaya que sí, lo veremos más adelante— y dedicando los últimos veinticinco años de su vida a una meta aún no conseguida. Una pieza troncal del pensamiento intelectual para con un sector autodefinido « de entretenimiento y consumo ». Chris Crawford es una de las mentes más importantes del videojuego no como medio, ni como industria, sino como disciplina artística. El ahora sexagenario Crawford siempre tuvo una gran consciencia de sí mismo. Hasta podría hablar en tercera persona sin despeinarse esos cuatro pelos. Nacido en Texas el 1 de junio de 1950, entró en el videojuego empujado por un afán didáctico que aún hoy persigue. Pero sucede que, cuando alguien se exige a sí mismo aprenderlo todo e ir más allá, por el camino también insta a que los